Del amor al odio hay un paso, y a veces, menos. Lo sé por experiencia ajena, pero lo sé. No hace demasiado, mi amigo Fran me lo explicaba muy gráficamente.
– Cuando tenía siete años, no me gustaba ninguna niña; cuando tenía dieciséis, me gustaban todos; a los veinticinco me gustaba sólo la mía, y ahora, con cuarenta, me gustan todas menos la mía.
Independientemente de lo cretino que a veces me parezca Fran, he observado que no es un caso único en los hombres. Y que, por desgracia, no es siquiera un extremo. Es más: no hace falta siquiera ser pareja de quien te disgusta… ni del sexo opuesto para llegar a ciertos puntos en el “odiómetro”.
El tipo que me hizo odiar a San Valentín
Traducido el complicado párrafo anterior al lenguaje humano: odio a mi cuñado casi tanto como a ese angelito cabrón que va por ahí repartiendo flechazos a diestro y siniestro y nadie detiene por asesino en serie. Angustioso Manfredo me cae tan mal como San Valentín.
O tal vez San Valentín me caiga tan mal porque ensartó, como si de un espeto se tratara, a mi hermana y a mi cuñado con la misma flecha. No lo sé. El caso es que mi hermanita, a la que quiero con locura, ha de hacerle un regalo de San Valentín a… eso. Pues mira: ahí van unas cuantas sugerencias, y quien tenga oídos para oír, que oiga.
Unos peluches con mensaje ambiguo
Si yo estuviera en el pellejo de mi hermanita, le regalaría a mi pareja un microbio. No: no es que la sarcasmina se me haya subido al cerebro: se trata de una colección de peluches que representan bacterias de diferentes enfermedades: gangrena, malaria salmonella, herpes… Una preciosa gama de simpatiquísimos peluches que no sabemos si están diciendo “te quiero” o “haz testamento y muérete de una vez”. Son unos seis dólares.
Claro que, para un elemento como mi cuñado, que siempre presume de machote y de duro (y luego llora al primer pescozón cariñoso con una llave inglesa), lo ideal es un llavero de plástico que me he encontrado navegando por ahí: se lo coloca sobre los labios, presiona un botoncito que incorpora el gadget y resulta que el cacharrito suelta un “well, hello there!” Es una descomunal estupidez, pero no olvidemos que se trata de mi cuñado.
Es posible que, antes del 14 de febrero, vuelva sobre el tema de qué regalarle a un hombrecillo que me ha hecho odiar a San Valentín, pero, por ahora, lo dejamos aquí… con la promesa de buscar, más adelante unas tarjetas de amor adecuadas para tamaño… Cuñado.