– Cariño…
– ¿Mmmm?
– Está a punto de llegar San Valentín.
– Ya…
– ¿Cómo que “ya”? Algo habrás preparado, ¿no?
– Pues…
– Pues como todos los años, claro, un CD de música aburrida, a la que llamas romántica, una cena en el chino y adiós muy buenas.
– Bfff…
– No: no bufes, que sabes que es así.
– Déjame ver el partido, anda.
– (…)
Días después, el 15 de febrero
– Cariño…
– ¿Mmmm?
– Muchas gracias.
– ¿Por qué?
– Anoche fue muy especial: no me lo esperaba.
– Es que era el día de los enamorados, y este año tocaba cambiar un poco. Ya ves que yo callo, pero actúo.
– Sí, pero es que no me lo esperaba: mira que pedir el día libre en el trabajo, traerme el desayuno con unas rosas a la cama… Eso ya fue maravilloso. Luego, lo de llevarme al aeropuerto y de compras por París, fue la monda.
– Bueno, algo tenía que ocurrírseme.
– Ya, claro, como, en lugar de regresar volver a casa, tomar otro avión e irnos al hotel más romántico de Madrid… Te habrá costado un dineral.
– No hables de dinero: quería darte un regalo.
– ¿Un regalo? Fue mucho más que eso: como la pulsera que me diste a los postres, en la cena del restaurante. Aún no me lo creo.
-De alguna forma tenía que decirte que te quiero.
– Y, bueno, después de la cena… ¿Cómo conseguiste que la orquesta tocara “Strangers in the night”… Nuestra canción. Si es que no te faltó un detalle. Hasta habías tomado clases de baile para no pisarme en la fiesta de después. Por no hablar de otro tipo de bailes…
Unos meses más tarde, un sábado cualquiera
– Cariño…
– ¿Mmmm?
– ¿Salimos a cenar esta noche?
– ¿Por qué?
– Bueno, hace meses que no salimos, y había pensado que aún no he podido lucir la pulsera que me regalaste en San Valentín.
– Bfff…
– Ya estamos. Cuando no quieres contestar, bufas.
– Y cuando yo bufo, tú protestas. Es lo bueno de llevar diez años casados: que ya sabemos qué dice y qué quiere decir el otro.
– El día menos pensado…
– ¿Qué? El día menos pensado, ¿qué?
– (…)
Años después, a finales de enero
– Cariño…
– ¿Mmmm?
– Está a punto de llegar San Valentín.
– Ya…