Me parto, me mondo y me desternillo. Es que el ser humano posee una capacidad más allá de lo expresable para inventar regalos que fastidien al prójimo. Al menos en mi caso, si me dan uno de los obsequios que aquí comento, me iba a quedar un resquemor de esos que te reconcome toda la vida.
Y es que no creo que a nadie –salvo a mi cuñado- se le ocurra regalarme un “billar bananero”. Se trata de una mesa de billar normal y corriente, sólo que con cuatro troneras en lugar de seis; el tapete amarillo; y, en lugar de rectangular, tiene forma de plátano. Afortunadamente, el inventor del engendro ha tenido el buen criterio de no comercializarlo.
Otro regalo, este para chicas, también delirante es el Comfy Breasts ™. Esta almohada cuyo nombre se compone Comfy referido a “Comfort” y Breasts, que se traduce como “pechos” no engaña: es un cojín que permite a las damas de pechos abundantes dormir boca abajo sin aplastárselos, gracias a un hueco que presenta a una altura clave
¿Útil? Depende: ¿Te vas a pasar toda la noche en la misma postura? ¿Existe una almohada a juego para que no tengas que elegir entre la tortícolis y la asfixia? Hala, pues piénsatelo y dime si vale la pena gastarte lo que cuesta.
Un rallador de… ¿¡Qué!?
¿Para qué querrías rallar una barra de mantequilla? No: no es una de esas preguntas zen del tipo de “si un árbol cae y no hay nadie para oírlo, ¿hace ruido?” Se ve que alguna inteligencia superior le ha encontrado utilidad a la mantequilla en hebras.
Se trata de un invento japonés que nos pone el absurdo matutino a un coste de veinte euros. Pero lo que de verdad no tiene precio es la cara que se le va a quedar al agasajado cuando le expliques qué le estás regalando y cómo se usa.
Un tacto… diferente
Pero lo verdaderamente mortal, el premio al regalo más inútil que los pezones de una trucha macho, que, por cierto, también proviene del país del Sol Naciente, son unos implantes mamarios.
Ojo: no es que tengamos prejuicios de ningún tipo hacia las prótesis para los pechos… ¡Pero es que estas representan a Hello Kitty, con su lacito rosa y todo! Lo cierto es que prefiero no pensar qué sentiría si en un momento de pasión llevo a la mano al pecho de mi chica y me encuentro con… eso.
Lo dicho, la capacidad del ser humano para meterle el dedo en el ojo al prójimo va más allá de lo expresable.