Dos y cuarto de la madrugada. Tras escribir media docena de artículos, buscar sus fotos y subir, como poco, otros tantos, me quedo delante del ordenador, dejando que sea la intuición quien guíe mis dedos por el teclado. Aunque son muchos los gazapos y erratas que se me escapan, soy de los que revisan a conciencia cada texto. Por eso me sé, casi de memoria, dos de los artículos que acabo de subir a este blog.
Los dos escritos hablan de regalos que me gustaría entregar o recibir. Y me paro a pensar. En realidad es ahora, cuando no estoy hablando de ningún artículo, cuando no soy esclavo de la documentación, del estilo o del tono, y apenas obediente a las reglas de la ortografía y la gramática, cuando me permito reflexionar.
Estos Reyes he recibido y entregado todo tipo de regalos. Desde hace meses, hablo de presentes que me gustan o que no me gustan… Pero casi todos ellos tienen en común algo que los diferencia de los regalos que en realidad muchos necesitan, lo expresen o no. Y es que casi todos los regalos de los que aquí te hablo tienen precio.
No te engañes…
Sonrío cuando pienso en tu expresión y en un más o menos mudo “¡Pues vaya cosa!” brotándote de los labios. Claro que los regalos que nos hacemos tienen un precio… ¿Claro? ¿De verdad?
Pues he de decirte que nadie ha pagado un céntimo por los presentes que más deseo o que he recibido a lo largo de mi vida, aun sin saber en su momento el verdadero valor de lo que me estaban regalando.
¿Cuánto cuesta curar un corazón?
Porque en su momento un padre se me acercó y me dio un consejo que contenía las herramientas para restañar un corazón herido, una madre recogió mis lágrimas y me hizo reír y una hermana supuso un ejemplo de fuerza y de pundonor.
Una mirada tierna me devolvió la fe en mí mismo y en la Humanidad; y una sonrisa infantil, mellada, destrozó al imbécil cínico que a veces se empeña en protegerme. Una mano callosa, arrugada me señalaba el camino recto o me enseñaba los primeros números, los únicos que sabía.
Si pretendemos asignar un valor monetario a todos estos regalos y otros similares, por mucho que queramos darle otro, el valor siempre será cero. Sin embargo, son –entre otros similares- los mejores y más importantes regalos que un ser humano pueda recibir, porque hacen que una persona se convierta en persona y deje de ser mera gente.
Y, lo mejor de todo, es que no sólo podemos recibirlos, sino también dar estos presentes. Prueba con una sonrisa o un abrazo.