Cuando se trata de darle una alegría al pequeño de la casa casi siempre tenemos un problema. Sobre todo si no es el pequeño de nuestra casa. Queremos que al chico le haga ilusión y, a la vez, le guste a los padres, por no decir que el chico puede convertirse en el ejecutor de nuestra buena relación con sus papis.
La ejecución tendrá lugar en cuanto desprecie el esfuerzo que hemos hecho por buscarle algo original, bonito y adecuado a su edad. Las palabras mágicas son: “No me utta”. Tres palabras pronunciadas con lengua de trapo que suelen provocar el sonrojo de los, hasta el momento, orgullosos papás, seguidas de palabras de disculpa, a la vez que instan al pequeño destructor de amistades a que dé las gracias.
De mal en peor
Pero el mal ya está hecho. En cuanto nos marchemos, sabemos que los padres retirarán el juguete de la vista del infante y que sólo lo sacarán cuando vayamos de visita. “Pero mira cómo lo cuida, si aún lo tiene nuevo… Es sujuguete favorito”, proclamarán los muy hipócritas y ya casi examigos.
Por su parte, los padres del monstruito comentarán, apenas sepan que no los oímos, el mal gusto que tenemos para los regalos y repasarán uno a uno todos los que les hayamos ofrecido a lo largo de tantos años de amistad: que éste de baratillo, que si aquél de una horterez supina…
Condenado mocoso… “No me utta”·
Prevengamos
Para evitar tan desagradable (vale: y muy exagerada) situación, al igual que con los adultos, hemos de conocer al pequeño, sólo que en este caso a través de las palabras de sus padres. Que escuchemos a los orgullosos y babeantes culpables de a criatura cuando hablen de ella, vamos.
Una vez que sabemos cómo es –sería ridículo regalarle un DVD con las aventuras de Heidi a un muchacho que no es capaz de estarse quieto ni cuando le dan el biberón-, pensemos también en cómo agradar a sus padres. En este aspecto, los juguetes de muchos colores, educativos y de apariencia rara suelen funcionar muy bien.
No queremos correr riesgos
Y vamos a terminar este artículo sin hacer una sola recomendación concreta. Porque cada niño tiene sus gustos, porque sus padres tendrán sus criterios sobre qué es bueno y qué no para el retoño y porque no soportaríamos que por nuestra culpa tuvieras que oír proveniente de una enfurruñada lengua de trapo: “No me utta”.