Son muchos los aficionados confesos al cine. Es más: se trata de una de esas aficiones que no importa declarar, no es como si a uno las peleas de caracoles malgaches. Es más: el cinéfilo suele hacer gala de sus gustos dándonos interminables lecciones sobre sus películas favoritas…
Y dejándonos en bandeja la elección de un regalo para cualquier ocasión. Pero nos hemos propuesto ser originales. Nada de regalarle el DVD con las aventuras unos vampiros adolescentes enfadados como pandilleros con unos hombres lobo y en disputa por el amor de una humana.
Clásicos del mundo friki
Comenzamos con un regalo para un friki “clásico”, amante de “La Guerra de las Galaxias” y “wacthmen”. Una camiseta que además, nos remite a la Roma clásica. Parafraseando la frase de Juvenal “Quis custodiet ipsos custodes?” (¿quién vigilará a los que vigilan?), aparece la frase “¿Quién vigila al Imerio?” (“Who watches the empire?”), también en clara referencia a ambas películas.
Claro que, si de guardias hablamos y los ponemos en la misma frase que “La Guerra de las Galaxias”, tenemos qua hablar de los “Storm Troopers”. Se trata de un reloj-despertador con pantalla LED y la conocida forma del soldado imperial de Lego Star Wars. Te despierta con la eficacia de las tropas imperiales.
Algo más terrenal
Cambiamos de peli y nos vamos con “El Club de la Lucha”. Nuestro cinéfilo amigo puede restregarse por las mañanas con la pastilla de jabón rosa en la que se lee, en bajorrelieve “Fight Club”. Es un producto oficial de la película que nos saldrá por unos veinte euros.
Por cierto, y hablando de lucha, si nuestro amigo es fanático del cine de samuráis, de los que dice que “Los Siete Magníficos” no tienen nada que hacer ante la peli de samuráis en la que se inspira el western, regalémosle un fantástico paraguas-katana. A pesar de su apariencia, es un paraguas. A pesar de ser útil, hay que tener valor para salir con él a la calle.
¡Que no se hunda la fiesta!
Terminamos –muy a nuestro pesar, puesto que nos lo estamos pasando en grande- con la idea de regalarle a nuestro amigo unos cubitos de hielo (más bien fundas con el líquido dentro) con la forma del Titanic y sus correspondientes icebergs. Que se hunda todo, menos la fiesta.
La imaginación y el bolsillo, así como las ganas de agradar con todo el cariño del mundo han de sumarse para que nuestro amigo el cinéfilo se quede, como dijo Troy McLure en “Regalando Amor de Película” “Alucinao, nena”.