El dieciocho de Diciembre es mi cumpleaños. Ejem. Por si cuela. Soy de esos pobrecillos que nacieron tan cerca de la Navidad que Papá Noel, los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez se hacen un lío descomunal y acaban por traerle todos un solo regalo. Uno chulo, habitualmente, para compensar, pero sólo uno-.
¡Pues ya está bien hombre! Yo quiero mi regalo de cumpleaños. No pido nada especialmente caro, ni siquiera ostentoso. Sólo quiero un detalle que demuestre que alguien se alegra de que lleve equis años por aquí, no que los Reyes Magos llevan visitándome equis años. No sé si se ve clara la diferencia.
Me basta con… una “Singing Bird Pistol”. Nada, una fruslería: una pistola artesana de origen suizo confeccionada en 1820 por la Fréres Rochat con perlas y diamantes engarzados. Al dispararlas se asoma un pájaro con plumas reales que comienza a cantar moviendo sus alas.
¡Plumas fuera!
Parafraseando al maestro Gila: matar no matan, pero, ¿y lo que te ríes? Claro que pueden resultar un poquito caras para un servidor: unos cinco milloncitos de euros. Vale “un poquito caras” es un eufemismo que raya en la ironía. Cambio de planes.
Soy de la generación “Mazinger Z”: el mundo debería estar sembrado de mis puños si sólo la mitad de las veces que grité “¡Puños fuera!” éstos hubieran salido disparados. Por suerte, mis brazos siguen terminando en manos que a su vez están erizadas de dedos para poder escribir mi particular lista de cumpleaños.
El caso es que he visto por ahí una figura del susodicho robot, construida en titanio y fibra de vidrio, de 66 centímetros de altura cuyo valor ronda los 15.000 euros. 227,27 euros el centímetro. Tampoco es tanto, ¿no? ¿Cómo? ¿Muy caro?
“Conduciendillo”
A ver entonces qué te parece esto: un BMW Serie 6 (tranquilo: a escala) en el que, ciertamente, no quepo, pero que si lo haría cualquiera de mis “sobris” de entre 4 y 7 años. La versión de pedales cuesta 200 euros y la eléctrica 400. Es de plástico, recubierto de acero, y alcanza la friolera de cinco kilómetros por hora. Tiembla, Vettel.
De todas formas, y ya poniéndome serio, no me disgustaría recibir el próximo día 18, junto con la felicitación, un detallito. Es más: me gustaría incluso que fuera gratis: fruto del ingenio, de la paciencia o de haberse topado en Internet con una página de postales gratis.
Claro que, si recibo cualquiera de los tres primeros regalos, no seré yo quien se enfade.