Hace ya un tiempo, hablábamos de los recuerdos que los turistas se llevaban de su estancia en España y, la verdad, no salían muy bien parados. Los objetos, por cutres; los turistas por el lamentable gusto que demostraban. El caso es que me apetecía retomar el tema, pero a la inversa.
Esto es: ¿qué nos traemos los españoles de recuerdo o para regalar cuando nos vamos de viaje? Como no pretendo hacer ningún estudio sociológico, no me ha sido necesario documentarme más allá de darme una vuelta por la casa y echar un vistazo a ver qué me han traído mis amigos de sus viajes.
Es en el salón donde guardo buena parte de mis tesoros. Allí, mis ojos se han ido a una daga curva, que me llegó de un viaje de fin de carrera a Egipto. Se trata de un cuchillo (obviamente, d filo romo) con una funda de nácar en la que se han dibujado escenas de lucha en el desierto. También de Egipto me llegó un papiro, con la transcripción de mi nombre a jeroglíficos.
De África a América
Sin cambiar de continente, de Senegal me enviaban –en este caso, mi amigo no podía dármelo en persona- una máscara de madera de unos setenta centímetros. Lo cierto es que no sabría decir de qué árbol es la madera que la conforma, pero sé que pesa lo suyo y que tiene una expresión fiera, a la vez que un tanto hipnótica.
Ahora, nos vamos a México, de donde una amiga me traía una botella de tequila “Herradura” reposado. No sé muy bien por qué lo de “reposado”, pero yo lo atribuyo a que debe beberse con calma, paladeando el licor, no como ese brebaje transparente que quema paladar, esófago y estómago a que estamos acostumbrados en España y cuyo sabor enmascaramos con sal y limón.
Nadie es profeta en tierra propia
Recuerdo que esa amiga, también desde su México natal, me traía –sabe que e picante es mi debilidad- unas piruletas picantes. Perdón: picantaaaaagh. Lógicamente, no conservo las golosinas, aunque sí el deseo de viajar a México y darme, entre otros, el gusto de comerlas de nuevo.
Son muchos más los regalos que poseo o recuerdo, pero vamos a acabar hoy por uno procedente de Europa. Concretamente, de Portugal. Quien me lo trajo no pretendía ser original, sino recordarme su afecto mediante la figurita de un gallo cuyas alas cambian de color según la humedad relativa, prediciendo así el tiempo climatológico.
Veamos… una daga, un papiro, un botella de tequila, una golosina picante… Contra un gallo y un toro de plástico ¿Es que nadie es profeta en su propia tierra o es que los recuerdo ibéricos son los más cutres del Planeta?