Hoy, en la localidad en la que vivo, el alumbrado público empieza a ser innecesario. La luz que brota de la mirada de los niños es suficiente para iluminar la más sombría de las calles. Hoy, los pajes reales recogen las cartas de los niños en la Plaza Mayor.
De acuerdo: tal vez estoy exagerando y el Ayuntamiento no vaya a poder ahorrarse el alumbrado público en la jornada de hoy, pero no es menos cierto que esta tarde se respira algo… diferente en el aire: los peques contienen la respiración, como cuando está uno a la espera del resultado de un examen que no tiene muy claro si va a aprobar, aunque tiene la esperanza, casi la certeza, de que el resultado va a ser bueno.
Es raro que hoy alguien tenga que reñirle a un niño por desobedecer: de nuevo recurriendo al paralelismo estudiantil, al igual que, quien más quien menos, en los minutos anteriores a entrar a una prueba echa el último vistazo a ese tema que apenas ha tenido tiempo de leer, los chicos, apenas un día antes de la llegada de Sus Majestades tratan de reforzar su buena actitud y su obediencia, no sea que los Reyes tengan más en cuenta las trastadas que los momentos de orgullo que han hecho sentir a sus padres.
Ojos grandes, sonrisa mellada, alma de anciana
Lo estoy viendo y viviendo con una chiquilla rubia, bondad pura, a pesar de que sólo tiene seis años. Tiene los ojos marrones, enormes y bonitos; la eterna sonrisa, mellada por la falta de los dos incisivos inferiores; y el alma de una anciana que sabe más del mundo que el mundo en sí.
Pues bien, a pesar de su natural inquieto, se nota que la pequeña hace ímprobos esfuerzos para ganarse el favor de Sus Majestades, tratando de obedecer a cuanto le dicen, o de no hacer demasiado ruido cuando sus mayores están hablando de cosas tan raras y tan ajenas como la crisis, el paro o el dinero.
Un engaño interesante
Pero, lo mejor de todo es que la pequeña, que es pequeña, peo no tiene un pelo de tonta, sabe, o al menos intuye que a los que va a ver mañana en unas carrozas, que no montados en camellos, son dos señores con unas barbas más falsas que una llama andina buceando en la fosa de las Marianas y otro más pintado de negro, con la de inmigrantes en paro que hay…
A la chica no le gusta que la engañen, a pesar de que, en su bendita inocencia, no sea difícil hacerlo. Pero el caso es que ante este engaño se muestra extrañamente colaboradora…