¡…Ni consola ni consoló!

Ayyy… Benditos gritos de tu madre cuando te llamaba a grito pelao, mientras que tú, niño e inocente, lo flipabas con un muñequillo saltarín. Vamos, un muñeco porque donde tú veías a Súper Mario cualquier niño de ahora solo ve tres cuadrados superpuestos.

Y es que ese fue el juego más revolucionado de aquella época. Y la Súper Nintendo la videoconsola. El regalo estrella para todos los niños que hacían la comunión, los mismos que esperaban los domingos para jugar todo el día y se combinaban trucos a la vez de juegos entre los amiguetes.

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Para convertir una casa en unos recreativos en 3, 2, 1…

Hay algo que nos hace iguales a todos, seamos mayores o menores, de Madrid, Cádiz o Badajoz. Y es que no podemos evitar estar en un bar tomando una cerveza, mirar al futbolín y decir lo típico de “¿una pachanga?”. Y a su vez es una fuente inagotable para discutir en cuanto a lo que se permite o no.

La mariposa, pases en la delantera, parar la pelota, sacar del medio, de portería… que no se sabe muy bien quien las dicta pero que se forjaron desde el palacio de los futbolines, los recreativos. Aquellos centros que combinaban futbolines, billares, maquinitas y tragaperras. De los que ya solo quedan letreros de neón apagados en locales cerrados llenos de polvo.

Sin embargo son muchos los que aún recuerdan estos tiempos con especial cariño. Y que si pudieran convertirían su casa en uno de aquellos recreativos, pero no tienen sitio. Si quieres sorprenderles prueba con los siguientes regalos, a un tamaño tan asequible como su precio.

Futbolín de sobremesa

¿Harto de sobremesas familiares aburridas de silencios incómodos? ¡Traemos tu solución! Un cómodo y manejable futbolín de aspecto clásico sobremesa. Con el que podrás animar tanto a grandes como pequeños. Con el que poder picarte con tu suegro o cuñado y demostrarle quien es el rey de la pista.

Está creado en PVC y sus medidas son 51x31x10 cm. De fácil montado. Incluye 12 jugadores (6 por cada equipo), marcador manual en cada una de las porterías y dos pelotas. Su precio es de 24,95€.

Billar grande de sobremesa

¿Quieres convertir tu casa en esos sofisticados salones de caballeros ingleses? Pues tenemos aquí el elemento más necesario de todos. Un billar al que solo le falta la luz incandescente de una chimenea para sentirte en el Londres de principios de S.XX.

Este billar está fabricado en madera, PVC y paño a modo de tapete verde. Sus dimensiones son de 51x31x10 cm, medidas suficientes como para que pueda jugar cualquier persona. Incluye 2 palos, 2 tacos, 16 bolas de billar, 1 cubo de tiza, 1 cepillo y un triángulo. Su precio es de 24,95€.

Máquina recreativa para iPhone

Si eras de los que tenías que esperar una cola interminable para poder jugar al Street Fighter y una vez juraste que tendrías una máquina para ti solo en casa, no te preocupes, aquí tienes la oportunidad. Solo necesitas un móvil iPhone y prepárate para horas de diversión.

Creado en PVC, con dimensiones de 14×8,4×7,5 cm. Esta mini consola cuenta con un Joystick de 8 posiciones y dos botones. Los juegos se pueden descargar totalmente gratis desde la AppStore. No es  compatible con iPhone 5. Su precio es de 21,90€.

La magia y la alquimia

He de confesar que arrastro un trauma infantil. No sabes cuánto habría dado por que mis padres, cuando aún eran los Reyes Magos, me hubieran regalado un juego de magia Borrás. Y no sabes cuánto agradecí que no lo hicieran en cuanto vi lo que era al haber recibido un amigo tal agasajo por parte de sus reyes-abuelos.

Cuando el chico, cuya identidad vamos a preservar, pues me consta que el incidente le supuso un conflicto que en la edad adulta se ha convertido en alcoholismo, bajó de su casa con esa caja descomunal, casi me pongo verde de envidia. Pero verde fosforito.
http://www.youtube.com/watch?v=lYqzpc7XdpU

Cuando hizo el primer truco, me quedé pálido. No podía ser. Yo que pensaba que aquel juego te iba a convertir en un Houdini moderno o un Juan Tamarit… también moderno y resulta que te transformaba en el tonto del pueblo, haciendo trucos  tan absurdos y evidentes que hasta tu primo de dos años, ese que era un poco bobo y luego llegó a ministro, te habría cazado.

La cruda realidad

El caso es que no podía creerme que el juguete de mis sueños fuera tamaña tontería, de modo que le pedí a mi amigo que me lo prestara unos minutos, pensando que había hecho algo mal, aunque sospechando que no.

En cuanto le eché un vistazo a las instrucciones, decidí que no valía la pena siquiera intentarlo: no iba a leerme una especie de Biblia, versión extendida, director’s cut para hacer unos trucos que, evidentemente eran la cosa más tonta y artificial que podía presentarse.

La paz química

Mitad por consolar a mi amigo, mitad porque no teníamos demasiado que hacer, decidí invitarlo a mi casa, a jugar un rato con el Quimicefa. Un juego que a día de hoy estaría con toda seguridad prohibido por la enorme cantidad de productos químicos que había en él para combinar.

Nos divertíamos, inconscientes, con los tubos de ensayo, vaso (¿o eran varios?) de precipitados, el mechero de alcohol con la rejilla para apoyar y calentar los recipientes, las barras de grafito…

Jugar, aprender… crecer

… Y compuestos o elementos de nombres tan apetitosos como ácido tartárico, hidróxido sódico, sulfato de cobre, permanganato potásico (aún salivo de recordarlo) y, cómo no, el inolvidable papel tornasol, cuya presencia justificaba el precio de la caja entera.

Electrolisis, efervescencia, liberación de energía… Uno se sentía listo. Y, ahora que lo pienso, en ambos casos, hacíamos magia: el juguete de amigo, aunque pobres, generaba ilusiones; el mío era como la antigua alquimia.

Tiempos de juguetes, tiempos de inocencia

De vez en cuando me gusta dejarme caer por el desván y echar un vistazo a mi infancia. Entonces, recuerdo que no siempre se han regalado pesepés, equisboxes o móviles bisnietos (mal juego de palabras y lamentable chiste que se traduce por móviles de cuarta generación o cuatro ge).

Me sumerjo, digo, en esa especie de polvoriento túnel del tiempo que otros llaman desván y aterrizo en épocas en los que era tan inocente que desconocía el significado de la palabra inocencia. Y, más que juguetes, lo que allí encuentro son paredes, muros que preservaban la candidez y que en cuanto decidí que era demasiado mayor para jugar con ellos, dejaron que el mundo penetrara en mi vida.

Paseo entre cumpleaños y Navidades; entre abuelos a los que recuerdo, sonriendo y a la vez dejando caer una lágrima de emoción; tíos cercanos y lejanos a los que ahora quiero más o a los que he dejado de querer hace mucho. Le doy la mano a papá, con la cara ennegrecida del rey Baltasar o a mamá, a la que en mi memoria le crece la barba de Melchor…

El mundo con los ojos de un niño

Paseo y acaricio estos juguetes que, aunque son los mismos, no son aquellos juguetes… En el Scalextric ya no corre Ayrton Sena subido a un coche con publicidad de tabaco en el chasis, sino dos autos a escala que, de vez en cuando, y si no suelto el acelerador, se salen dela pista y vuelcan (mira: eso no ha cambiado).

El delfín del juego de agua Geyper que les valió a mis padres que los cubriera de besos, ya no se llama Flipper y tiene una forma tan imperfecta que no tengo muy claro si es un delfín, un tiburón con mutaciones o un atún en un día de resaca.

El calendario de los regalos

Veo pasar ante mí el tiempo, en lugar de en calendarios o relojes, en regalos, desde aquellos que no recuerdo haber recibido (¿es posible que me gustara aquél sonajero?) hasta los que pasé años pidiendo, Navidad tras Navidad, como el glorioso e inolvidable Amiga 500… del que sólo recuerdo el momento en el que mis padres, tan ilusionados como yo, me lo entregaron, sin papel de regalo, puesto que yo sabía lo que era.

Tiempos de inocencia de los que no deberíamos habernos desprendido y a los que podemos regresar, al menos de corazón, de la mano de aquellos juguetes eternos e inolvidables que, quién sabe, tal vez no fuera mala idea compartir un día con tu propio hijo. Quién sabe…

 

¡Nos encantan los juguetes vintage!

Y es que son juguetes que han estado ahí siempre. Son juegos que ya estaban. Los cuales no sabemos de dónde salieron, pero que nuestros padres ya conocían. Y los que hemos tenido abuelos también hemos disfrutado de las explicaciones y demostraciones, con mucho desparpajo, a pesar de llevar años sin jugar.

Estos juguetes ocupaban parte de nuestro tiempo libre, compitiendo con los spectrum y posteriores consolas. Juegos como la comba, la goma, los trompos o los diábolos, que nunca deberían haber desaparecido.

Por lo cual, esta entrada de hoy es una idea para regalar a niños y un deber. Volvamos a recuperar esta clase de juguetes de madera o chapa. Hacer que nuestros padres puedan jugar con nuestros hijos y explicar los viejos trucos. Conservar ese vínculo intergeneracional.

Juguetes recortables

Juegos de papel, que consistían en recortar y doblar algunas de sus piezas, como eran las típicas mariquitinas, muñecas de cartón a las que vestir con vestidos de papel y complementos. O los soldaditos de papel, que se apoyaban en las pestañas que había bajo sus pies.

También podíamos disfrutar de impresiones que recortar y pegar con pegamento, creando construcciones que daban paso a edificios, vehículos o diversas maquetas.

Hoy en día existen los muñecos recortables, que con imágenes cúbicas forman los personajes más populares que forman parte de diferentes dibujos animados. La forma contemporánea de esta clase de juegos. la cual conserva a la perfección su esencia.

Juguetes de madera

Juegos prácticos con los que los niños desarrollaban su coordinación e inteligencia con los llamados “trucos”. Que eran estrategias con las que se hacían girar, saltar y demás acciones, con las que poder fardar y que te hacían el rey de la calle delante de tus vecinos.

Juegos como trompos y peonzas. Que son un juguete que consiste en que giran sobre su propio eje. Pueden ser de diferentes formas y tamaños. El juego principal consiste en hacer un círculo en el suelo y mediante rotación del cuerpo echar del trazo a los demás. Pero como todo, los juegos han ido cambiando o inventándose nuevos.

Juegos de habilidad como son los yo-yos o los diábolos. Consiste en hacer malabares mediante cuerdas enrolladas o tensadas. Para hacer subir y bajar el cuerpo de madera. Existen verdaderas competiciones en las que los mejores enseñan sus trucos.

Juegos de comba y goma

Juegos en los que se reunían niños y en los cuales existían normas básicas como “quien llega el último se la mocha”.

Juegos en los que saltar la comba o sortear la goma que iban acompañados de canciones que siempre han sido populares o nuevas, como sintonías de series de televisión o canciones del momento.

Regalos para niños y para no tan niños, una oportunidad de rememorar tu infancia.

Buscando un regalo para mi amigo hipster

En un mundo lleno de etiquetas y estereotipos es complicado acertar con el regalo perfecto y más cuando a lo mejor no se conoce muy bien a la persona o puede que, como los adolescentes, aun estén redescubriéndose. Lo que hace que cada dos meses cambien de gustos como de camiseta.

Para empezar hablaremos de lo que es ser un HIPSTER: es una vertiente que nace principalmente en la clase media urbana. Una subcultura contemporánea que se basa en el interés por las películas de cine independiente, moda fuera de corrientes determinadas (un poco popurrí de todo, con un toque vintage-añejo), revistas como Vice y en general estilo de vida alternativo.

Te ofrecemos un surtido de clásicos que no fallan:

Imagen es actitud

Uno de los clásicos y sencillo es regalar unas deportivas Vans, esta marca en sí ofrece un gran surtido de calzado y muy original. Si quieres ir más allá busca cualquier tipo de calzado como alpargatas, botines o zapatos rockabilly.

Un bolso de viaje rollo retro o una mochila de piel, las de toda la vida son otra buena opción. Si no sabes muy bien dónde encontrar este tipo de complemento te recomendamos echar un vistazo a la marca Urban Outfitters, la marca favorita de esta vertiente.

Otros ejemplos son unos auriculares grandes, sombreros, gorros de lana y gafas de sol o para ver (con o sin graduación) de estilo vintage. Suelen ser ésas que llevaban nuestros abuelos o tú en tu infancia, que parecían dos galletas maría.

Si compras ropa, no olvides los estampados a cuadros y las flores.

Más allá del indie

Bandas emergentes, la música independiente es una parte importante para un hipster. Puede variar entre nuevos estilos como el un-rave, rap independiente, minimalista, nerdcore, garaje rock o punk rock. Algunos grupos o artistas son: Animal Collective, Belle & Sebastian, Electric Presidenr, Stray Kites, Neon Neon, The Shrines… En definitiva, toda la música que preguntes a cualquier otra persona y no tenga ni papa de quiénes son.

Si estás un poco perdido, te recomendamos acudir a los clásicos como son Joy Division. O echar un vistazo a la web pitchforkmedia.com. Busca el álbum mejor puntuado y hazte con él.

Consejos

Te fijarás en que adquieren un estilo descuidado, una falsa apariencia, pues como en todo está muy bien pensado. Pantalones de tiro alto y estrechos, chaquetas de lana holgadas… Es una estética muy casual. No es bueno abusar de las marcas, aunque las utilizan.

La solución es buscar en mercadillos y tiendas de segunda mano. No sólo ropa, también artículos como póster, muebles, libros…en general cualquier producto vintage. Recuerda que su lema es: De lo viejo sale lo nuevo.

 

 

Érase una vez

Los cuentos suelen empezar por “Érase una vez” y, aunque esto no pretenda ser un cuento, no veo por qué no ha de comenzar así, teniendo en cuenta que habla de magia, de ilusiones y que, por momentos, se camufla de relato infantil. De modo que…

Érase una vez un adulto, joven aunque cada vez menos, que les pidió un regalo a los Reyes Magos. Como había crecido en edad, pero también en cansancio y cinismo, no se molestó en pedirles la paz mundial, el fin del hambre en el mundo ni esas tonterías que, si el planeta estuviese ocupado por más personas y menos gente, serían posibles.

once upon a time...

Como el hombre frisaba ya los cuarenta, lo que solicitó de los Magos fue una máquina de tiempo. Quería ver, como en Cuento de Navidad, las Navidades pasadas. Recordar cuando eran tantos y tantos en la familia. Cuando estaban todos los que para él eran y no le dolía la ausencia de nadie ni le molestaba la presencia de otros que no quería que estuvieran.

Una máquina del tiempo camuflada

Los Magos pensaban traerle carbón ese año, en parte para aliviar la crisis de la minería asturiana y en parte porque sabían que esa carta la había escrito desde el sarcasmo de un alma seca, yerma. Pero Sus Majestades cayeron en la cuenta de que si, efectivamente, visitaba otros tiempos y se veía a sí mismo con los ojos brillantes, tal vez no estuviera todo perdido.

Melchor, Gaspar y Baltasar decidieron que no le regalarían la máquina, por otra parte prohibida para el común de los mortales, pero sí un viaje en el tiempo. Lo hicieron (¡qué curioso!) gracias a un billete de tren, el cinco de Enero, a la casa de sus padres, donde la -ya mayor- madre de este hombre le pidió que le ayudase a bajar algo al sótano.

Billete a las Navidades olvidadas

Una vez allí, a la insegura luz de una bombilla que ya había luchado demasiado contra las tinieblas subterráneas, un brillo metálico llamó su atención. Era el manillar de su primera bicicleta, un modelo de paseo, verde, cuyo sillín apenas le alcanzaba a la altura de la pantorrilla. Recordó sus cinco años.

racers

Y, cuando movió la bici, al caer las cajas de cartón que se apoyaban precariamente en ella, allí estaban  todos aquellos juguetes que lo emocionaron año tras año y que el trabajo las –estúpidas- preocupaciones y qué sé yo qué habían enterrado en un injusto olvido: el coche eléctrico con cable de sus seis años; el tren a escala de los ocho; el (bendito) Scalextric de los nueve…

Una vida

Sonreía y lloraba a la vez, aunque se empeñaba en ocultar lo segundo a los ojos de su madre, sin recordar que para ella era transparente. Recogió, despacio, sus juguetes, sus recuerdos, los que compartió con todo el mundo y los que eran sólo suyos. Ordenó sus Navidades, su vida. Dejaron lo que quiera que su madre le había pedido que la ayudara a bajar. Apagaron la luz.

En el viaje de vuelta a casa, en el tren, con una pelotita saltarina entre los dedos que se había metido –no estaba seguro de cuándo- al bolsillo, iba recordando su infancia y, a la vez, pensando en qué iba a pedirle a los Reyes Magos para el año siguiente. Dudaba. Entre la paz mundial o el fin del hambre en el mundo. Todo volvía a ser posible.

Un minúsculo trozo de vida

– Es lo que tiene el ser humano: que nunca tiene claro lo que quiere.

– Pero, -dijo Eleanor- ¿cómo puede ser que le gusten las dos cosas a la vez?

– Por cien años que viva –repuso Lawrence-, no lo voy a entender.

– Bueno, ya has vivido cincuenta, y no te haces media idea –se burló ella.

Aunque la broma había perdido toda su gracia, por haberse vuelto habitual, él sonrió. Se agradecía cualquier motivo de relax. Las últimas semanas, habían sido tensas. Desde que Henry se había ido a vivir con su pareja (a ambos se les hacía raro llamarla esposa, pues una boda por lo civil no acababa de hacer que estuvieran casados del todo a sus ojos), y habían decidido regalarle algo especial por su cumpleaños, no eran capaces de ponerse de acuerdo en qué comprarle.

The Old Jukebox

El padre tenía la idea de que el chico, de casi treinta años, pero chico, era un enamorado de la más puntera tecnología, visto que su habitación se encontraba absolutamente repleta ordenadores, tablets, iPad, iPod y algunos aparatos de los que sólo era capaz de decir que tenían una pantalla y se conectaban a Internet.

Su madre, en cambio, a pesar de saber de la afición de su hijo por la electrónica, las telecomunicaciones y cualquier aparato de última generación que pudiera permitirse, también había observado cómo el joven ampliaba la cada vez más importante colección de objetos de mediados del siglo pasado que atesoraba, ordenados en una estantería del sótano.

A lo largo de las semanas transcurridas desde que el hijo volara del nido, los padres, con la casa inusualmente tranquila, habían estado cavilando qué le podía gustar, ya que no necesitaba nada en concreto para un hogar perfectamente equipado con los regalos de boda.

Él, empeñado en no ver otra cosa que la faceta tecnológica de Henry; ella, inspirada por la colección de cafeteras, planchas, juguetes y algunas fruslerías más originarias los años 60… Habían llegado a pensar –y a descartar- hacerle dos regalos diferentes. Una fiesta un regalo. Era una costumbre que, en esa casa, no había cambiado nunca.

Mientras hurgaban en Internet, como cada día a esas horas, él sentado; ella de pie, mirando a la pantalla sin demasiado interés, ella hizo un gesto poco habitual, y más efectivo aun debido a la sorpresa que causó en su marido. Le asió con fuerza el hombro para avisarlo de que no abandonara la página que estaban viendo.

– Mira.

– ¿Qué tengo que mirar? Es una radio antigua.

– Lawrence –puso los ojos en blanco-: lee lo que pone.

– Radio Grundig modelo RF 160 del año 66 con un impresionante estilo ‘Madmen’…-masculló, mientras dejaba correr los ojos en diagonal por el texto- dos altavoces, aunque es mono… entrada auxiliar… conectar iPod o teléfono… onda corta y FM…

Al tiempo que leía, a Lawrence se le iba dibujando una sonrisa en los labios y en los ojos.

-Parece, querida, que no voy a necesitar otros cincuenta años para entenderlo del todo -dijo, mientras miraba entre nostálgico y orgulloso la foto de Henry.